El sentido de la vida

Hoy día, años de crisis, pocas personas se plantean entender en términos vulgares el “sentido de la vida”, un concepto tan importante para comprender, en realidad, el valor de la “existencia humana” de cada uno de nosotros.

Unos individuos optan por trabajar honradamente, estudiar con aprovechamiento, formarse, educarse, etc. con el fin de lograr la mayor integración en la colectividad con un sentido de utilidad, honestidad y responsabilidad, atributos indispensables para el logro de la identidad personal que configura la dignidad de la persona y nos diferencia de los animales.

Otros, en cambio, aún teniendo en cuenta la desigualdad de oportunidades, su masa genética y la formación de su carácter, deciden huir del esfuerzo que exige todo trabajo, para dedicarse al arte de mentir y engañar como medio de vida, con clara intencionalidad perversa y obstruccionista para el logro de una vida con “valores” y los objetivos que plantean todas las políticas de orden social.

Éstas y otras formas de vida completan el puzle de la historia del ser humano, donde dentro del mundo de grandes pensadores como T. Hoobes, llegaron a la consideración lamentable de que “el hombre era un lobo para el hombre”, algo que el periodista y escritor Miguel Angel Linares (Madrid 1967), tuvo el acierto de escribir en un interesante libro sobre las “cien personas de la historia de la humanidad más malvadas, perversas y criminales, con otros quinientos monstruos más”.

Si a esto añadimos las personas perversas que hemos conocido en nuestro entorno laboral, famiiliar, económico, político-social y otros, aunque de forma callada, nos encontraríamos con una elevadísima cifra de “mala gente”.

Toda esta serie de monstruos cubiertos con piel de cordero actúan como “un modo de ser” del hombre que maneja nuevos desafíos altamente “peligrosos” para el género humano, por lo que, tal vez la salida de este laberinto frenotápico, consistirá en nuevo esfuerzo por “redescubrir al hombre” apelando a su provechosa existencia.

Sólo así podremos intuir que “el amor” es la única antítesis a la instrumentalización de la persona; que sólo él nos permite escapar a una visión utilitarista y, por ello mismo, “cruel” del hombre.

El “amor” nos permite advertir que todo ser “personal” no puede ser ajeno a esta dimensión por cuanto el hombre desarrolló su inteligencia merced a esta necesaria tutela afectivo-emocional que se requiere en la más tierna infancia y, donde la muerte, cierra la dimensión temporal de la persona, sin saber de forma anticipada cuándo le llegará a cada uno.

De todo lo dicho podemos deducir que “hay personas buenas” pero en un número infinitamente menor que las malas y sin posibilidad de integración, por lo que la Sociedad debería tener las herramientas oportunas, para atajar este cáncer social invasivo de enorme toxicidad.

Doctor Braulio García Zamorano

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